Biden y Latinoamérica: ¿qué esperar?

18 diciembre, 2020 • Artículos, Asuntos globales, Latinoamérica, Norteamérica, Portada • Vistas: 6460

PBS

Cynthia J. Arnson

Diciembre 2020

Foreign Affairs LatinoaméricaVolumen 21, Número 1

Al asumir el cargo como Presidente de Estados Unidos, Joseph R. Biden contemplará un panorama nacional sombrío. Entre el otoño y el invierno, las infecciones y las hospitalizaciones por el nuevo coronavirus se dispararon en ese país, que ya de por sí tenía la mayor cantidad de casos y de muertes por covid-19 del mundo (aunque no la mayor tasa per cápita). La devastación económica que provocó la pandemia fue también impactante si se mide en términos de pérdida de empleos, cierre de pequeñas empresas, aumento de la desigualdad o la contracción total del pib. En el frente político, Biden ganó por un amplio margen en el voto popular y en el Colegio Electoral, pero los demócratas sufrieron pérdidas notables en la Cámara de Representantes, y se redujo su mayoría a unos pocos escaños. En el Senado, el resultado de las reñidas elecciones en Georgia en enero de 2021 definirá el control de la institución, que también quedará muy dividida. En el futuro inmediato, una profunda polarización continuará marcando las estructuras gubernamentales de la democracia estadounidense, y se manifestará también en la opinión pública, dado que la mayoría de los republicanos creen en la teoría sin fundamento de fraude electoral del presidente saliente Donald Trump.

La gravedad de los retos políticos, económicos y de salud que enfrenta Estados Unidos es un punto de partida necesario para entender la política exterior de Biden, en especial respecto de América Latina y el Caribe. Al escribir este artículo, todavía no se han anunciado las designaciones a los puestos clave que tendrán que ver con las políticas públicas hemisféricas; pero los nominados de Biden a los altos cargos de política exterior, seguridad nacional e inteligencia (muchos requieren confirmación del Senado) cuentan con amplios conocimientos y experiencia de gobierno para desempeñarlos. Como Biden, creen en la diplomacia, las alianzas, el multilateralismo y la cooperación internacional para atender temas mundiales, como el cambio climático y la salud. Sin embargo, el nacionalismo económico se mantiene como uno de los pilares de la agenda. Como candidato, Biden prometió “seguir una política exterior para la clase media” y “[traer] a casa las cadenas de suministro cruciales para que no dependamos de otros países en crisis futuras”. Tales declaraciones no son un buen augurio para los futuros tratados de libre comercio o el posible reingreso de Estados Unidos al Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, uno de los ejes de apertura del gobierno de Barack Obama hacia la región de Asia-Pacífico. Pero tras 4 años en los que la retórica y la conducta de Trump rompieron casi todas las normas, con su lema “Estados Unidos primero”, el tono, el estilo y la orientación de Biden y su equipo representan un giro notable.

Biden mismo cuenta con experiencia y durante mucho tiempo se ha interesado en los asuntos hemisféricos. Como el demócrata de mayor rango y, posteriormente, como Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, participó en los debates iniciales del Plan Colombia. Después, como Vicepresidente, en 2014 encabezó la respuesta estadounidense al masivo incremento de la inmigración de niños no acompañados de Centroamérica, y consiguió apoyo bipartidista para un paquete de ayuda de 750 millones de dólares para atender los factores de empuje de la inmigración de esta subregión, como la pobreza, la violencia criminal y la corrupción gubernamental, que son la raíz del problema. Por lo tanto, no sorprende que, de la región latinoamericana, solo Centroamérica figurara en la plataforma de política exterior de Biden. El Presidente electo reiteró que la mejor manera de frenar la inmigración es tratar sus causas medulares. En su plataforma electoral, solicitó que se destinen 4000 millones de dólares para la estrategia, “para atender los factores que motivan la inmigración de Centroamérica”. De hecho, una nueva ola de caravanas de migrantes podría constituir una de las primeras crisis de la política exterior que enfrente el nuevo gobierno. Los factores de empuje en esa subregión se han agravado a consecuencia de la pandemia y dos feroces huracanes a finales de 2020, que devastaron zonas de Honduras y Nicaragua y, en menor medida, también Guatemala y El Salvador. Además, el compromiso de Biden de emprender una reforma migratoria, revisar los procedimientos de asilo y terminar con la práctica cruel de separar a los niños de sus padres en la frontera, podría atraer a más inmigrantes que creen que recibirán tratamiento humano e indulgente.

Biden y los principales asesores de política latinoamericana (muchos de ellos veteranos del gobierno de Obama) criticaron la campaña de “máxima presión” contra Venezuela utilizada por el gobierno de Trump, y argumentaron que las duras sanciones empeoraron la crisis humanitaria venezolana, no lograron un cambio de régimen y que se hicieron pensando en influir en sectores de votantes en Florida. Biden se comprometió a acabar con las deportaciones de venezolanos en Estados Unidos y a otorgarles un beneficio migratorio especial, conocido como estatus de protección temporal. Además, se comprometió a aplicar lo que un asesor de alto rango denominó “sanciones inteligentes” (aún no definidas) como uno de los elementos del enfoque estadounidense, aunque no el único, y aumentar la ayuda a los países vecinos que han recibido a millones de desesperados refugiados venezolanos. Biden tampoco podría desestimar los factores de política interna en la formulación de políticas hacia Venezuela, tomando en cuenta la magnitud de su derrota en Florida, donde el presidente Trump triplicó su ventaja en comparación con las elecciones de 2016. Lo que falta por verse, dada la ausencia de realineaciones internas que socaven la base del poder del régimen autoritario, es si algún actor externo es capaz de alejar a Venezuela del autoritarismo duro y coadyuvar a una transición democrática. En forma similar, para apoyar a las familias y la sociedad civil en Cuba, es probable que el gobierno de Biden retire una de las sanciones más severas contra ese país: la prohibición del envío de remesas. Sin embargo, dado el respaldo cubano al régimen venezolano y la falta de apertura de espacios políticos en la isla, es improbable que mejoren sustancialmente las relaciones.

En un momento de fragmentación y división regional, el liderazgo colaborativo de Estados Unidos puede facilitar avances en una gran variedad de temas.

La colaboración hemisférica para combatir el cambio climático recibió un buen impulso con el nombramiento del Exsecretario de Estado, John Kerry, para un puesto en el gabinete como asesor sobre cambio climático. Los países de América Latina y el Caribe tienen la oportunidad de aprovechar la transición a fuentes de energías limpias y la conservación como elementos clave de la cooperación estadounidense para recuperarse económicamente tras la pandemia. Dicho esto, el énfasis en el cambio climático y el medio ambiente empeorará las relaciones de Estados Unidos con el gobierno del presidente Jair Bolsonaro en Brasil, donde la deforestación ha alcanzado niveles históricos y potencialmente irreversibles; los temas medioambientales también crearán fricciones con México, dado que el presidente Andrés Manuel López Obrador redobló su apuesta por la industria de hidrocarburos a costa de la energía verde.

En resumen, Biden encara un hemisferio en el cual diariamente se desafían los principios fundamentales de su enfoque: la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho. La desaparición de las comisiones contra la corrupción y la impunidad en Guatemala y Honduras fue fraguada por dirigentes de esos países, sin que el gobierno de Trump hiciera nada al respecto. En El Salvador, el presidente Nayib Bukele desplegó fuerzas armadas dentro del Congreso, ignoró dictámenes de la Suprema Corte, y acosó y persiguió a los medios de comunicación independientes. En 2018, Daniel Ortega en Nicaragua desató una represión homicida como respuesta a las protestas masivas contra su gobierno autoritario. En México, el presidente López Obrador, al igual que Bolsonaro en Brasil, ha fallado en la aplicación de medidas sanitarias para restringir la propagación desenfrenada del covid-19. López Obrador tampoco ha combatido la corrupción militar en la lucha contra el narcotráfico. Las protestas sociales en la región contra la desigualdad, los servicios gubernamentales de mala calidad y la corrupción ya ocurrían antes de las recesiones provocadas por la pandemia y es probable que se intensifiquen conforme las desgastadas redes de servicios sociales se muestren cada vez menos capaces de dar respuesta a la desesperación de millones de ciudadanos.

En general, mientras los países de la región se retraen para atender sus respectivas crisis, será importante para el futuro de la democracia en Latinoamérica que Estados Unidos alce la voz contra la autocracia, la corrupción y el abuso de los derechos humanos. Desde la perspectiva de los ciudadanos y para mejorar la debilitada imagen de Estados Unidos en el exterior, será esencial que la política migratoria se vuelva más humana y que el compromiso diplomático sustituya al acoso y la coerción. En un momento de fragmentación y división regional, el liderazgo colaborativo de Estados Unidos puede facilitar avances en una gran variedad de temas, tales como la aceleración de la recuperación económica y la reversión del retroceso democrático, la distribución de vacunas contra el covid-19, la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Han transcurrido varias décadas desde que la Exsecretaria de Estado, Madeleine Albright, declaró que Estados Unidos era un “país indispensable”. Esto pudo o no haber sido verdad en 1998, pero ahora es probable que muchos en el hemisferio quieran que Estados Unidos por lo menos sea de ayuda. Quizá con esa vara debería medirse la política futura de Biden.

CYNTHIA J. ARNSON es Directora del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center for Scholars, en Washington, dc. Sígala en Twitter en @CindyArnson.

NOTA DEL EDITOR: Este es un avance del contenido de nuestro número de enero de 2021.  Suscríbase aquí para recibir la próxima edición de Foreign Affairs Latinoamérica.

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